aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos
Efesios 5:16 RVR 1960
Un viejo adagio popular nos dice “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, previendo que el futuro es demasiado incierto para confiarle nuestros planes, en especial, aquellos más importantes; en contraposición está la acción de procrastinar, en la cual todos hemos llegado a incurrir en algún momento de nuestra vida.
Para entender el significado de esta palabra podemos valernos de algunos sinónimos como: postergar, aplazar y posponer, de esta forma, procrastinar es retrasar una tarea, deber o responsabilidad, por otras actividades que nos resultan más gratificantes pero que tienen menor relevancia. Cuando procrastinamos, evadimos una obligación usando otra actividad como refugio, hasta que encontramos un “mejor momento” para realizarla, a riesgo de perder definitivamente la oportunidad para llevarla a cabo.
Todos en algún momento de nuestra vida lo hemos hecho, pues es más frecuente de lo que estamos dispuestos a reconocer, un buen ejemplo de lo anterior y con el cual podemos sentirnos identificados es nuestra niñez, cuando comenzamos a estudiar nos enfrentamos a millones de tareas escolares, al menos así lo parecía, por lo que buscamos distracción en los juguetes, la televisión o cualquier otra actividad lúdica y entretenida y cuando llegaba la noche, ya estábamos demasiado cansados para la tarea; de no haber sido por los adultos responsables que nos llamaban la atención, no habríamos podido superar el colegio.
En el plano espiritual, los creyentes y los no creyentes solemos postergar dos decisiones muy importantes: la conversión y el servicio a Dios: en esta oportunidad solo nos ocuparemos de la primera.
El no creyente que lleva un estilo de vida con el que se siente a gusto, suele postergar la conversión hasta que siente que ha disfrutado todos los placeres de la vida, porque piensa que contará con un momento para el arrepentimiento antes de morir, en la biblia encontramos un ejemplo de un hombre que fue convocado para ser discípulo de Jesús, pero demoró esta importante decisión justificado en la necesidad de enterrar a su padre:
Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre.
Lucas 9:59 RVR 1960
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Otros temen no poder disfrutar de sus riquezas (Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Mateo 19:21-22 RVR 1960); o simplemente creen contar con mucho tiempo antes de entregar su vida a Cristo.
Muchas causas y justificantes tenemos para esta mala práctica, desde la falta de disciplina, los problemas relacionados con la tarea a realizar (dificultad, falta de motivación), el miedo a fracasar, equivocarse, en algunos casos, miedo a enfrentarse a los efectos del éxito y uno muy común, el exceso de optimismo.
La biblia nos ofrece muchos ejemplos de personas y ciudades enteras que han perecido, confiados en que podrán disfrutar su estilo de vida ilimitadamente: ocurrió en los tiempos de Noé “en aquellos tiempos antes del diluvio, y hasta el día en que Noé entró en la barca, la gente comía y bebía y se casaba. Pero cuando menos lo esperaban, vino el diluvio y se los llevó a todos (…)” Mateo 24: 38 – 39 RVR 1960.
Igual ocurrió con Sodoma y Gomorra, la cual fue reducida a cenizas como ejemplo de lo que acontecerá. Aunque nadie sabe el día y la hora final de este mundo, ni tampoco sabemos hasta cuando estaremos en esta tierra individualmente considerados, no conviene aplazar las tareas importantes y para el caso que nos ocupa, la conversión y el servicio a Dios.
Joven lector, hoy que tienes la oportunidad de leer este artículo, una persona está llamando a tu puerta y desea entrar y cenar contigo, ábrele el día de hoy y asegura tu tiquete al cielo, pues esperar el día de mañana puede significar la pérdida definitiva de ese viaje eterno.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis 3:20 RVR 1960